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Cuentos

Las manos quemadas


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LAS MANOS QUEMADAS


ÍNDICE
Autor
­Prefacio
Prefacio
­La cajita de madera.
­Una mala jugada.
La doble nacionalidad.
Las dos madres de un hijo.
La pizarra de su casa.
Las manos quemadas.
Las manos levantadas.
El árbol de vida.
Pepe y Lola.

Referencias biográficas.

Referencias biográficas.

Salomón Vásquez Villanueva. Cuñacales, Bambamarca (Cajamarca). Estudió primaria en Marcopata, Cuñacales, Escuela de Varones 76; secundaria en Colegio Nacional San Carlos (Bambamarca), Colegio Nacional Dos de Mayo (Cajamarca). Los estudios superiores: Universidad Nacional de Cajamarca, donde ocupó el primer puesto en el cuadro de méritos de la promoción de 1981; Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Maestría en Literatura Peruana y Latinoamericana), Universidad Nacional Federico Villarreal (Doctorado en Administración).

Ha participado en varios juegos florales. Recibió (1987) diploma de honor y mención honrosa en los Juegos Florales organizados por la Municipalidad de Tumbes. Ha laborado en las academias Isaac Newton, José Carlos Mariátegui, Colegio Particular Indoamericano (Cajamarca), Centro Base Alipio Rosales, María Mafalda Lama de Lama, C.E. Las Américas (Tumbes), Universidad Nacional de Tumbes (donde fue secretario general).

Actualmente es docente principal de la Universidad Peruana Unión, en la Facultad de Educación y Ciencias Humanas. Ha publicado varios artículos y ensayos. Ha sido Jefe de Redacción de las revistas: Paideia, Nuevo Enfoque Empresarial. Ha publicado: "Categorías gramaticales, ortografía y redacción", "Gramática I", "Ortografía del lenguaje", "Bodas, viejo y mar: comentarios y análisis", "El silencio de mi pluma", "Análisis gramatical: de los niveles a las estructuras", "Metodología activa y ortografía".


LAS MANOS QUEMADAS
(nueve cuentos cortos)


Dedicatoria

A la Universidad Nacional de Tumbes,
y la cordialidad de su gente sin par.



PREFACIO

Hace algún tiempo empecé a leer exhaustivamente los cuentos y las novelas de escritores peruanos, hispanoamericanos. Me sentí cautivado por los relatos de Julio Ramón Ribeyro, Carlos Eduardo Zavaleta (motivo de mi tesis de maestría en Literatura Peruana y Latinoamericana), Ciro Alegría, José María Arguedas, Abraham Valdelomar, entre otros. Tampoco debo dejar de mencionar a Julio Cortázar, Gabriel García Márquez, Ernesto Sábato, Jorge Luis Borges, Alejo Carpentier, Miguel Ángel Asturias.

Con ellos empieza mi devoción por la narrativa. Empecé a escribir algunos cuentos cortos. Los alumnos míos fueron los primeros lectores, me solicitaron que los publicara, compartieron con otros. También las conversaciones diversas sobre este particular constituyen la suma total. Además la publicación resulta urgente, porque posiblemente algunos de mis cuentos hayan sido pirateados, pues a mí no me consta, solamente he recibido referencias verbales. Para cumplir con esta misión, he seleccionado nueve cuentos, los mismos que hoy los publico con el título "Las manos quemadas".

Finalmente, espero las reacciones de los lectores, gracias a las cuales continuaré en esta labor literaria, que nos envuelve en su manto de pasión y de arte.
(El autor)



LA CAJITA DE MADERA
No entres por la vereda de los impíos,
ni vayas por el camino de los malos.



Siempre nos gusta a todos los encantos de una mujer sublime. Para Raquel se han borrado los límites, no le quedan ni geográficos ni de nacionalidad. Ha recorrido varios países: Bolivia, el Perú, Brasil, Argentina, Chile.
Ha nacido en el Perú. Sus padres trabajaban en este país sumamente singular y plurilingüe, multicultural. Ellos –bolivianos de nacimiento– siempre guardaban una consigna familiar: sus hijos deberían nacer en Bolivia. Pues para los buenos bolivianos, los hijos deben ser bolivianos de nacimiento, si residieran en otros países obligatoriamente regresarían para que allí nacieran sus hijos, sobre todo si vivieran o trabajaran en el Perú, porque el servicio militar obligatorio no sólo es para los hombres sino para las mujeres, así lo había decretado Juan Velasco Alvarado. ¡Pobres las señoritas!, tendrían que ir al ejército.
Los dos trabajaban en nuestro país. El médico, padre de Raquel, y su esposa no habían calculado muy bien la fecha de nacimiento de su hija, quien obligatoriamente debería haber nacido en Bolivia, no querían que fuese peruana, menos que cumpliera el servicio militar obligatorio.
Pero, lamentablemente, ella nació en el Perú. ¿Qué harían ahora los padres, después de los hechos? Les quedaba una salida: viajar de emergencia a Bolivia y cruzar la frontera llevándola de contrabando, escondida y bastante abrigada en una cajita de madera hecha a su medida, sin que las autoridades de aduana se dieran cuenta; solamente les urgía registrar su nacimiento, y así ella sería boliviana como los demás hermanos suyos, gracias a su nacionalismo, su ingenio y serenidad. Las cosas resultaron mejor que planificadas.
Estudió en Bolivia primaria, secundaria y parte de los estudios superiores. Los dos últimos años de éstos superiores los realizaría en el Perú.
Pues se graduó y tituló en el Perú. ¿Regresaría a Bolivia o se quedaría acá al término de sus estudios superiores, si sus padres ya trabajan aquí y si fuese peruano su enamorado? ¿Qué puede más: el Perú, Bolivia, sus padres o su enamorado? Un filipino –primer enamorado suyo, con quien se conoció en Bolivia y en un largo romance cargado de emociones sin límites –le había dicho que vendría para estudiar aquí, la animó para que estudiara en nuestro país; entonces ella vino bastante alegre y feliz, porque sabía que él también viajaría en seguida, mas nunca llegó.
Raquel, ahora, se casaría con un hombre común, no profesional, con un físico de varón extraordinario. Comentaban todos sus amigos que es sumamente simpático. Su enamorado alguna vez había perdido la memoria, adicto a las drogas, razón por la cual rompieron.
Pero se habían reencontrado después de mucho tiempo; él sólo recordaba de ella: su nombre. Esto la emocionó tanto, muchísimo, se aferró a él, se encontró otra vez con su gran cuerpo y su olor de hombre, no quería dejarlo, menos abandonarlo; su rostro y sus manos tenían mucho imán para ella, se había hecho irresistible, pues volvieron pero pronto se separaron, tenía miedo a la epilepsia de la cual sufría él a menudo; luego se conoció con un hermoso joven chileno, amable, ameno, tranquilo, sereno, pero los días de amistad fueron tan cortos que la miel de la amistad y los sueños se acabaron así tan pronto como llegaron.
Debería haber confiado más en sus padres y participado todo: el vacío que llevaba dentro de sí; sin embargo, no lo dijo a nadie, tampoco trasmitió la felicidad de haber concluido sus estudios de enfermería; tal vez por sus días, cuando no comía debido a las intensas prácticas en los hospitales y los recargados horarios de la universidad, por qué no había sido sincera cuando faltaba el dinero, cuando el cajero automático le negaba el último sencillo. Sus miedos quedaron escritos, los observaban quienes saben leer las miradas, las palabras de los muchachos. Así quedaron sus dudas, sus inquietudes, sus penas, sus nostalgias, lo que le faltaba o lo que tal vez nunca llegaría, más sus pecados de cada día, sus sentimientos de inferioridad, su impotencia.
Solamente su enamorado la hacía feliz con su compañía y comprensión, llenaba los vacíos que dejaron la distancia de sus padres; al pensar, se daba con las enormes diferencias sociales, culturales y profesionales. Él había estudiado apenas una carrera corta y posteriormente abrazaría una profesión como ella, para ubicarse a su misma altura, aunque todas las condiciones familiares son diferentes, adversas, imposibles de superarlas. ¿Serían ellos felices si se casaran, no les generaría algún problema después? ¿La sociedad los aceptaría, los amigos qué dirían, si la persona no sólo habla con su lengua sino con el terno y la corbata, con la familia que está detrás?
Después de algunos meses de constantes meditaciones, Raquel y su querido enamorado se casaron, entre los silencios, las dudas y la desaprobación de los padres; también entre los aplausos y las felicitaciones de los amigos más cercanos. Tampoco faltaron las murmuraciones. Ahora, los dos esposos caminan tomados de la mano, muy felices; viven en el mismo nido y en la misma esperanza de futuros padres.
(15 de agosto de 1998).




UNA MALA JUGADA

Él no morirá por falta de corrección, y
errará por lo inmenso de su locura.



Una mala jugada. ¿Qué nos trae y nos deja una mala jugada? Llegan, indiscutiblemente, los peligros de portería. Más allá de la madre y del padre. El hermano y las hermanitas no cuentan. La universidad queda como el único espacio donde hallaría el camino para su futuro. ¿Cuándo llegaría el futuro sin el presente de la economía? La plata, el dinero, el don dinero, ¿dónde se quedarían? Ni a los padres, ni a los familiares les llega el dinero ansiosamente buscado y esperado.
¿Qué hacer para tener dinero? ¿Adónde ir para alcanzarlo? La ropa, los cuadernos, la pensión, la mensualidad de los estudios, no esperan, o huyen si el dinero no llega. Trabajar por la mañana, por la tarde, o tal vez por la noche. En estas circunstancias, incluso los periódicos son necesarios, nos anuncian donde hay trabajo, nos entregan la dirección, el teléfono. "Se necesitan señoritas, se paga bien", ahí queda la salida, tal vez paguen bien, ojalá el trabajo sea decente, tal vez traten bien, aunque la gente, las noticias, los reportajes confirman que se aprovechan de las chicas.
Las dudas, los pensamientos crecen, se agigantan, los temores ¿dónde se quedan? Siempre en la cabeza: la ropa desgastada y vieja, la pensión del fin de mes, el pago a la universidad, de la puerta te regresan si no has pagado. No se retiran las ganas de llorar, también acompañan las ganas de rabiar, aunque no se sepa contra quién, quedan entre ceja y ceja el nombre de la madre, los apellidos del padre; amanecen juntas de la mano, la pena, la tristeza, la impotencia, la inseguridad, con el nombre de los hermanos. La rabia y la desesperación ya no tienen límites.
El único camino: ir a aquel lugar, al sitio del pecaminoso periódico…aunque llore. Entrar por esa puerta muda, llena de innumerables gritos, desconocida, escalofriante, dolorosa sin las heridas de la carne, la única sincera, quedarse entre las paredes bañadas y asfixiantes por los olores a hombres y mujeres… donde las caras, las palabras, las miradas y las manos juegan a la muerte, donde las actitudes, los movimientos no son los mismos de la calle, solamente de allí, de la puerta para adentro. El dueño y tal vez la dueña, ¿quiénes son? ¿Hacen lo mismo? ¿Qué exponen? ¿Les queda todavía los pensamientos de padres bondadosos y responsables? El poder corrupto del dinero pesa mucho y puede más que la razón y los sentimientos de hombre y mujer, de padres, de hermanos e hijos.
–Pamela, desde hace mucho tiempo te he visto que sufres. Incluso has viajado a Arequipa, pero hay algo más allá…
–Profesor, a mí no me pasa nada, todo está bien.
–¿Seguro?
–Seguro.
–Sabes, Pamela, hay una noticia medio borrosa y triste en tus ojos, tu cara, tus manos, tu cuello. Yo encuentro una noticia grande en tu huida, en ella leo que sufres, que lloras, que ya no eres tú.
–Profesor, estoy apurada, ya me voy (risitas), conversamos después.
¿Acaso lo sabe ya el profesor? ¿Le han dicho tal vez mis amigas? Solamente dos de mis amigas saben lo que hago. Posiblemente se imagina, quizá adivina. Por último, ¡qué me importa! Mi vida es mi vida, a nadie le interesa. Tengo ganas de conversar, mi abuelita también imagina, pero contarle a ella es imposible, se muere, para qué decirle algo. El cuerpo duele, la cabeza duele, la conciencia mucho más, pesa mucho, más de su propio peso.
La universidad ya ha iniciado sus clases en marzo. La matrícula es imposible si no hay dinero, pero ¿para qué estudiar ahí?, si es particular o privada, cuesta mucho. Solamente se puede pagar yendo al mismo lugar otra vez. ¡Otra vez a es maldito lugar! Las clases se han iniciado, las amigas ya han llegado a la universidad. Visitarlas sería una buena alternativa para los males que se llevan dentro. Es lunes; la tarde, las amigas, solamente tres: Julia, Sonia, Gladys. El profesor se acerca.
–Hola… ¿cómo están?
Las tres en coro …
–¡Bien profesor!
–Las felicito, que Dios las cuide siempre, es mi deseo sincero.
–Pamela, deseo hablar contigo. Acompáñame, por favor.
Se han dirigido a la oficina del profesor. Los demás profesores y los alumnos estaban junto a él. La conversación sería privada, imposible conversar así, en medio de todos. Tal vez sería la última vez que se verían, ella estudiaría en otra universidad, donde las pensiones son más cómodas, donde los pensamientos más liberales, donde los principios y los valores sólo existen en el discurso, jamás en la persona misma.
–Es imposible conversar, está usted demasiado ocupado, regreso el próximo lunes.
– Seguro, no me falles.
– Seguro, profesor, ¿cuándo le he fallado?
– Está bien, cuídate, cuídate, hijita.

Pasó un mes, antes del paradero, a cincuenta metros, los pasajeros, el ayudante y chofer, también Pamela (sentada en uno de los primeros asientos) se habían dado cuenta que alguien corría hacia el carro, éste disminuía su velocidad. Profesor y carro llegaron juntos al paradero.
– Profesor, buenas tardes.
– Hola, buenas tardes.
– ¿Adónde se va?
– A Santa Anita, estoy visitando algunos colegios, quiero entregar estos materiales. ¿Y tú?
–A mi trabajo…
–¿Dónde trabajas?
–En Vitarte.
– Ya no estudiaste en la universidad.
–Es muy cara, profesor. Voy a estudiar en otra.
–Haz un esfuerzo y verás que todo se puede. Ya voy a bajar, ¿cuándo conversamos?
– Recuerde, profesor, que debía ir ese lunes.
– Claro, yo lo recuerdo muy bien, pero me engañaste.
– Este jueves, pasado mañana ...
– Con todo gusto, ya no me engañes.
El jueves de la semana es el día más agotador. Mi tarea: visitar tres colegios, conversar con los profesores, concientizarlos e involucrarlos en la nueva propuesta pedagógica, evitar que sean reacios, que se entiendan, que se comprendan. Verdaderamente es un reto, gracias a Dios alcanzable. A las cuatro de la tarde tendría lugar la conversación, ¿llegará o no? Generalmente, algunos minutos se pasan en todas las citas. Los enamorados esperan más minutos, los esposos menos y a veces se van. Casi una hora después, ni cuando era novio; pero aconsejarla, exhortarla, redimirla es la única alternativa.
– Pamela, me has hecho esperar más de la cuenta, pero no importa.
– Disculpe, profesor, a veces no es como uno piensa.
– Pamela, no importa, ya pasó todo. Lo bueno es que ya estamos conversando.
– Gracias, profesor.
–Pamela, tengo muchas dudas, tú dejaste el último trabajo, ¿por qué?
–Es duro y muy difícil, decirle, profesor.
–Pero, por favor, cuéntamelo.
Sin pañuelo, sus lágrimas corrían gruesas hacia el interior de su corazón terriblemente agitado, arrugando a toda fuerza sus mejillas de mujer adolescente, sus claros ojos pecadores, y sus manos dispuestas a contenerlas quedaban atadas a su propia inercia; pero, al final, ahí quedaban sus ojos de mujer inocente empujada hacia el fuego y el pecado. Sus manos –nerviosas y recogidas en un cuerpo inerte sobre la mesa –quedaban ajustadas a sus propios lloros, sus piernas dobladas a la nada; su voz más que negada arruga, con ganas de llegar, pero con mucha dificultad para brotar, por el miedo, la vergüenza …
–Yo lo sabía, profesor, que no debía ir… que era prohibido, pero me fui.
–¿Adónde fuiste?
–A una discoteca... pero sólo entré, miré y salí. Yo le conté a mi amiga, nadie más lo sabía.
–Después ¿qué pasó?
–Mis jefes se enteraron, me llamaron la atención y me dijeron que regrese a Lima. Les lloré, mucho les lloré y me dieron la oportunidad. Tenía, tantas cosas, profesor, que contar, que hablar, solamente un señor me escuchó y me aconsejó. Profesor, a mí la vida siempre me trató mal, acaso yo quise venir a esta tierra, ¡para qué me trajeron, para botarme, para dejarme sufrir, para verme llorar!
–No llores, hijita. Bueno... en fin, está bien, llora lo que puedas...
–Profesor, las cosas se empeoraron, siempre me veían conversando con ese señor, me dijeron que yo era su amante. Mi jefe me llamó y me dijo, Pamela, ya me llenaste, te regresas a Lima. No hay otra salida.
– ¿Regresaste a Lima?
– Sí regresé, profesor. ¡A Lima, profesor!, para llorar, rabiar contra todos, para maldecir a todos, para renegar todos los días, cuando mi vida ya no tiene sentido, cuando mi vida me apesta, tiene olor a pecado, olor a muerte, a muerto... Para que todos se quieran aprovechar. La vida es eso, tal vez usted no la conoce, más allá de la puerta donde las luces a colores se prende en la noche negra para ver caras raras, locas, enfermas, llenas de ansiedad y pecadoras sin límites.
–Pamela, por favor, no te entiendo. ¿Qué me quieres decir? Creo entender mucho y al mismo tiempo no entiendo nada...
–El año pasado fue el más terrible para mí. Perdí todo, ahora ya no me interesa nada, todo lo he perdido.
Ella no solamente llora con los ojos mojados, sino con la nariz, las manos empapadas en lágrimas, la cara que suda lágrimas, llora para adentro y para afuera, si la gente la mira no importa, solamente le importa lo que piensa y siente.
–¿Qué te pasó?
–A mí me pasó lo que a nadie le debe pasar, profesor.
–No sé si es mucho pedirte, cuéntame, busco aconsejarte, ayudarte en lo que se pueda. Por favor, anímate…
–Usted me dijo el año pasado: algo te pasa a ti. ¿No sabía nada?
–Nada, absolutamente nada.
–Entonces, por qué me dijo.
–Fue una forma de indagar, preguntar, saber tus cosas.
–Profesor, yo trabajaba en las noches, salía de la universidad y me iba a trabajar, en un lugar como dama de compañía.
–Mi yo intuía algo, mi intuición no me falla, pero tú huías de mí.
–Profesor, ahí aprendí a tomar. La primera noche me quedé totalmente embriagada, me quedé tirada en el baño, entre el olor a licor, casi con la muerte encima. Otra noche amanecí en la cama del dueño, desnuda, con la vergüenza y un miedo terribles. Sí, la primera noche fue muy terrible, las noches fueron pasando, mi cuerpo se iba acomodando a cada noche. Esa noche perdí mi virginidad. Esa noche perdí todo.
Siempre ha sido muy difícil empezar, en el bien o el mal. Lloros y más lloros, para que la escuchen, ¿quiénes? Las quejas sin remedio, sin límite, con el cuerpo de la mujer adolescente, con esa masa que todavía siente y se mata. Ella a sí misma se empuja a hacer lo que no le gusta, le complace hacerse doler, castigarse, venderse para sufrir más, para protestar contra todo y contra todos.
–Estuve muy enamorada de ese hombre, tenía celos cuando salía con otra. Finalmente lo acepté como era y como actuaba. Estoy enamorada. Un día me puse valiente y corté todo. Pero él se quedó con mi virginidad. A mí siempre me aconsejaron que llegara virgen al matrimonio, que lo hiciera solamente después del matrimonio. Mi abuelita me pregunta si estoy virgen, mi enamorado también me pregunta lo mismo.
– No te desesperes, escucha lo que voy a decirte.
– Profesor, ya perdí todo, todo, qué más puedo perder. Los hombres se acercan sólo para fregar. Ahora en nadie confío. La vida está hecha sólo para sufrir, para que otros se aprovechen de la necesidad y la debilidad de la mujer, de las hijas cuyos padres si existen no están con ellas. ¿Para eso hemos nacido? Para callarnos y aguantar todo, para que nos humillen y nos usen como quieren, para cubrir los espacios de televisión, radio, diarios. ¿Para eso?
–Para eso no. Para ser útiles, para ser felices, solamente hay que aprender a ser felices. Para saber conquistar el camino que hace feliz al hombre y la mujer. Has hecho lo que jamás debías hacer, todo está consumado. Pero hay remedio para tu dolor visible e invisible. Pamela, he visto dolor en tus manos, tus dedos y tus uñas de color, tus orejas, tus ojos arrugados y pintados. Primero pide perdón a Dios y cree que él te ha perdonado; segundo, perdónate tú misma, olvida lo que pasó y si lo recuerdas sólo para ayudar a otras, para evitar que otras se pierdan y se mueran lastimadas, heridas y mancilladas por la necesidad y el poder del dinero. Es una mala jugada en tu vida. A veces uno aprende por el dolor que le causan y a veces uno aprende por el dolor que uno mismo se causa. Aprende y levántate, en tu propio nombre y el de tu familia aunque ella te ignore, levántate en nombre de tu pueblo, de tu país.
Ahora, ¿dónde se queda la mala jugada?, ¿dónde los resultados de la misma? Las caídas matan cuando son mortales y cuyas heridas sangrantes quedan imborrables sobre la madera de nuestro propio sillón.
–Gracias, profesor. Usted siempre ha estado vigilante de los problemas de los alumnos. Una vez más, le agradezco, me quedo tranquila luego de esta conversación. Espero que ninguna mujer experimente esta desgracia, equivale a morir. (10 de abril de 1999)



LA DOBLE NACIONALIDAD


Escápate como la gacela de la mano del cazador, br>
y como ave de la mano del que arma lazos.



Estudiábamos muy felices en la universidad de Cajamarca, con las mejores y singulares ganas de estudiante, con las fuerzas propias de la adolescencia, y la juventud tremendamente comprometida con la realidad nacional, compartíamos el mundo de los amigos y amigas, los conflictos estudiantiles, las diversas e insostenibles dirigencias, las amplias plataformas de luchas. Teníamos excelentes profesores, también buenos dirigentes estudiantiles, a diferencia de los de hoy.
En toda universidad no faltan los estudiantes excelentes, ahí quedaban también los pésimos. Nosotros los teníamos, los más conocidos en el grupo. Amigos y compañeros no éramos todos, sostener la tarea de la amistad siempre ha sido muy difícil, yo los tenía, aunque muchos me querían hacer pelear. Había estudiantes procedentes del oriente, de Piura, tampoco faltaban los tumbesinos, los chiclayanos, liberteños, la mayoría cajamarquinos. Teníamos un especial compañero procedente de Porcón, una comunidad quechua hablante, marginada, empobrecida, despreciada, muy tradicional por su vestimenta, sus llanques, su poncho de lana, su saco de lana, camisa blanca y su pantalón de lana, su color el negro. Para propios y extraños eran los más marginados. Vivíamos en una época terrible de marginación, valía mucho el de la ciudad, el blanco, el cabello castaño, el desodorante, la ropa a tono de la moda. Muy pocos tenían acceso a las posibilidades de superación: nos enfrentábamos a todo un mar de cosas adversas y sofocantes que se nos ponían encina. La plata vale mucho extremadamente. Durante todo el tiempo hemos vivido la amistad de la plata, el gobierno y la influencia de la plata. Los estudiantes de educación éramos los menos posibilitados, no podíamos ni enamorar, pobres aquellos quienes habían enseñado su carné universitario; para varios era mejor no enseñarlo, porque les quedaba una buena carta: engañar que estudian ingeniería; los ingenieros tenían entre manos mejores posibilidades, incluso para ellos las enamoradas sobreabundaban.
Así algunos estudiantes de educación perdíamos todo, menos la vocación, las ganas de servir, la voluntad indesmayable de cambiar la sociedad, el punto de partida fue y será la educación. Soñábamos siempre así.
Nuestro amigo Juan estudiaba ingeniería civil, sabía mucho, destacaba bastante en las matemáticas, alumno sobresaliente, educado, sumamente dulce en su trato, muy amigable, admirado por los profesores, los compañeros y compañeras suyos, lo adoraban: hombres y mujeres se sumaban cada día al mismo tiempo; la antipatía no había nacido para él, quedaban en cambio su cordialidad y su divinidad de hombre adueñadas de todos cuantos quedaban en su entorno. Vivía en el Jirón Lima, en una de las cuadras principales de la bella Cajamarca, ahí quedaba su cuarto lleno de aromas y limpieza extraordinaria, invitaban a quedarse en él, varios compañeros lo visitaban, estudiaban con él, les enseñaba todo lo que no entendían en las clases, su brillantez académica lo hacía posible.
Elena, su compañera y amiga, lo empezó a frecuentar. Han desarrollado y sostenido una amistad sin límites, a las sensatas mujeres universitarias siempre les gusta los hombres inteligentes, capaces de superar los problemas y las dificultades. Elena lo conocía muy bien, le gustaba su aguda inteligencia, la ascendencia natural sobre los demás, su participación inteligente, su buen decir, su destacada y sobresaliente participación cultural en la universidad. La emoción, el gusto y aun el amor se habían embriagado, acompañados, caminaban juntos placenteramente, tomados de la mano. El amor de muchas parejas nace en el estudio, los trabajos universitarios realizados, las conversaciones frecuentes de todos los días. En fin, Elena se había enamorado de modo increíble e incontenible de Juan. Los dos parecían dos estrellas que se enamoraban dulcemente en el firmamento.
Juan después de varios meses de temor y dudas abundantes también empezó a sentir lo mismo. Se ha enamorado de ella. Han iniciado un romance tremendo, encantador y placentero. Elena era de Chiclayo y él de Piura, por la información que se tenía. Él nunca entregó sus documentos personales, los cuidaba mucho, inclusive no los enseñaba, siempre fingía que se los había perdido. Finalmente, un día apareció con una libreta electoral, en la cual quedaba registrado su domicilio: Avenida las Begonias 234, Piura. Este documento a veces lo dejaba a la vista de sus amigos y amigas. Elena conocía este documento.
Siempre caminaban Juan y Elena del brazo, de la mano, de la universidad a la ciudad, a la vista de todos, también con la envidia de los demás, entre los baños de una sonrisa, los abrazos de hombre y mujer, los besos de amor matutino, parecían dos niños felices sin par. Una tarde, caminaban por el Jirón Lima, la calle principal de Cajamarca, él se había dado cuenta de que un señor les seguía detrás, se puso nervioso, no sabía qué hacer, no quería que ella se diera cuenta, aceleraba el paso, trató de llevarla por el tumulto, se había dado cuenta que un hombre los seguía, era un señor habitante de Porcón, con sus llanques, su sombrero negro, su poncho, su saco y su pantalón de lana negra, su camisa de tela blanca.
Juan estaba seguro de que se había huido sin que ella se diera cuenta de aquel hombre "raro y desconocido". Ya había pasado una hora, habían entrado él y Elena en una peluquería elegante. El señor ya preguntaba a todos sobre la pareja, decía que a él lo conocía. Alarmaba a mucha gente que se le cruzaba por su camino, miraban sospechosamente su rareza de hombre, tal vez su mirada y sus ojos profundamente sinceros, sus delicados pasos, su lenguaje singular, su ropa exótica, caminaba muy agotado, sumamente cansado, decepcionado, herido y desgarrado en su propia carne porque "alguien" se corría de él, quizá todos, su sangre de padre corría burbujeando dentro y fuera de sí mismo, por la calle se regaban esas gotas invisibles, a todo dolor multiplicado e insostenible, gotas que apagan el eco de su voz, ésta se había perdido, solamente lo acompañaba desdibujada y mojada por sus lagrimas, su mirada se hacía más expresiva, más sincera y franca, y sin el menor rechazo para quien le secaba la saliva y le dejaba sentimientos, palabras y lágrimas en un solo depósito. Después de algunas horas, pasó por la peluquería elegante y miró hacia adentro. ¡Qué felicidad! Se emocionó con la voz leal y delicada de padre:
– Hijo, por qué te corres, te estoy buscándote, he venido...
– Elena, está loco, no lo conozco... –titubeaba, su nerviosismo desbordaba, le caía a pedazos grandes por las manos, la boca, la nariz y los ojos, de modo increíble, quienes lo observaban se dieron cuenta, todos menos la angelical y dulce Elena.
–Hijito querido, para sólo dejarte tu pensión de medio año.
Lo hizo sacar de la peluquería por la fuerza, negando que era su padre. La noticia se extendió entre nosotros, con sumas y restas. Después de pocos días, nos enteramos que su padre trabajaba muchísimo para pagarle sus estudios, comprarle la ropa, los ternos que él lucía, el dinero con el cual disfrutaba las compañías y las invitaciones, los materiales que se utilizaban en el laboratorio, el padre vendía sus ganados para mantenerlo. También los padres no saben para quién trabajan.
(21 octubre de 2000)



LAS DOS MADRES DE UN HIJO


La ley del sabio es manantial de vida para
apartarse de los lazos de la muerte.



Los niños gustan los juegos, los paseos, las mascotas: conejos, perros, gatos, monos, pájaros, loros; los adolescentes los juguetes, los peluches, los regalos, las postales, las tarjetas amorosas, se entregan a sí mismos; claro, si están enamorados los regalos tienen mayor significación. Quién no ha vivido estas vigorosas experiencias juveniles totalmente llenas de placer y sueños, cada persona a su particular modo.
De varias ciudades sumamente afectivas –Bambamarca, Cajamarca, Tumbes y Lima –guardo en mi memoria a los amigos selectos, llenos y prodigiosos de amistad y cordialidad. La casa donde hemos nacido se mete en nosotros por todas partes. La casa donde vivimos ocupa un espacio especial en nuestro corazón, aunque las mudanzas sean constantes y rutinarias. Ahora vivo en el barrio denominado "Monte del Sinaí", mis pasos polvorientos han quedado sellados a lo largo del camino accidentado de mi barrio, hace ya más de cuatro años; arriba, al final del cerro se exhiben las dos tablas de los mandamientos de Dios, razón más que suficiente e inapelable para su histórica partida de nacimiento. La geografía bastante accidentada, sumamente peligrosa de algún modo para los niños y los viejecitos, para los carros, aunque todavía no se han registrado accidentes de grandes dimensiones y consecuencias muy dolorosas. Nos promete un espacio muy amplio, favorable y apropiado para el juego de los niños, también para la crianza de las aves: las gallinas. La ventaja no sólo la sentimos, la vivimos, si recordamos y comparamos con la casa anterior, sumamente pequeña. Anteriormente vivíamos en el barrio "Industrial", donde todos los habitantes adultos hacíamos comidas de camaradería, celebrábamos los cumpleaños uno a uno, con los cantos y las bromas interminables de amigos.
La administración de la universidad había prohibido la crianza de perros y gallinas en los domicilios, con frecuencia los vecinos se quejaban mucho, seguramente por la bulla, el desorden, la suciedad, las flores marchitas de algunos jardines, también porque no les gusta los animales. Sin embargo, las gallinas son abundantes en dos familias: la Sánchez y la mía, esta última posee el número mayor. Algunas gallinas madres de la noche a la mañana aparecían con seis, ocho, diez, doce pollitos. Generalmente todos se hacen grandes, así llegan los gallos y las gallinas, así se multiplican, algunos están encerrados otros libres, las peleas entre los pollos, entre los gallos resulta difícil evitarlas, inclusive algunos han muerto ensangrentados, algunas gallinas han desaparecido, en la noche han ido hacia nido y en la mañana ya no estaban, pensábamos que las han robado, que los vecinos de repente se la han comido, había bastante espacio para pensar, nos dábamos licencia para todo. Una noche muy cerca de las gallinas encontramos un zorro grande, de inmediato se acabaron todas las acusaciones y los acusados.
Que las gallinas tengan nidos llenos de huevos no era novedad, no era extraño encontrar huevos en número pequeño o grande, mis hijos pequeños de vez en cuando recogían los huevos en buenas cantidades, nunca hemos comprado huevos, tampoco los hemos vendido, todos los consumíamos.
Un cierto día, mis hijos habían salido a buscar huevos. Observaron dos gallinas juntas, echadas en un mismo nido, suponían que las dos estaban poniendo cada uno su huevito. No fue así, en el nido había un solo huevito, las dos gallinas se echaban sobre el huevo arrojando su calor de futuras madres. Las dos querían ser la madre del futuro pollito. Durante tres semanas lo aovaron juntas, los mismos minutos, las mismas horas, los mismos días y semanas, finalmente nació el pollito. Ha nacido un pollito bajo el abrigo y la sombra de dos madres, para las dos, en el día y en la noche ha quedado con ellas, las dos para el frío y el calor, para comer. Caminaba entre dos madres, comía bajo la custodia de las mismas. No había entre los pollos coetáneos otro más feliz, vivía orgulloso por sus dos madres. ¿Quién tiene dos, acaso no solamente él? Los otros pollitos lo miraban tristes, muy incómodos, resentidos por los privilegios de los cuales gozaban, la envidia fue terrible, de algún modo insoportable, tal vez muy favorecido por Dios. Estábamos frente a toda una novedad, una maravilla, una rareza de animales, nunca antes se había visto.
Mis niños, mis hermanos, los vecinos, todos se habían informado de esta rareza: las dos madres y único hijo. Las novedades llegan hasta la radio, la televisión y la prensa escrita, de donde regresan en titulares. Los tres en el mismo nido, el camino, el agua, la comida, el frío, el abrigo. El hijo emplumado feliz en la compañía de las dos madres, abrigado bastante bien durante las largas noches llenas de frío y rocío, protegido del peligro de muerte que le venía de los mayores y las otras gallinas. Las dos le daban la comida en el pico. Los tres vivían en un mundo al parecer lleno de maravillas, se entendían, se comprendían muy bien, no peleaban ni se quitaban la comida, parecía que habían nacido para ese mundo.
Transcurrido algún tiempo, las dos madres gallinas han amanecido hambrientas, turbadas, violentas, impacientes, se olvidaron de la sociedad, la convencionalidad y el cuidado. Olvidaron el bien común que las unía. Se han peleado amargamente, parece por el nido, la comida, el gallo, el trabajo. Los picotazos y las patadas no se evitaban, venían de abajo hacia arriba y viceversa, llegaban con muchos movimientos verticales y horizontales, arremolinados, las plumas quedaban volando por el espacio aéreo, resentidas y llorosas, con el dolor a cuestas; otras se quedaban muy tristes sobre el piso desigual aguantando el peso y la muerte de la pelea, corría la voz: siempre en las peleas se derramaba sangre inocente, quedaban heridas que duran toda la vida, enemistades jamás superadas, abrigados resentimientos que todos los días se hacen más grandes; las plumas caídas con su propio dolor conversaban que en las peleas todos pierden, después de las mismas nadie queda igual ni por adentro ni fuera, en las peleas se olvidan las cosas que les une, olvidan el bien común.
Mientras duraba la pelea, el pollito había sido olvidado, ha quedado al margen, entre las dos. Lloraba entre las dos, pedía auxilio, ha recurrido a la policía, a la fiscalía de la nación, a la defensoría del pueblo, a los derechos humanos, ha llegado hasta la OEA. Parecía árbitro sin las tarjetas entre las dos, se movía sin lastimar a nadie entre ellas, sin saber qué hacer, más asustado que defendiendo, siempre defendiendo a las dos con la inocencia y la ternura de un niño y exponiéndose al peligro y la muerte. Casualmente le ha llegado un picotazo de una de las madres de arriba hacia abajo, ha quedado abierto y sangrando el buche del pollito. Éste y el piso han quedado juntos, abrazados en la sangre y el dolor, hermanos de la hora final, nadie llegaba a auxiliarlo solamente su hermano le limpiaba la sangre y se la ingería borrando las señales de la pelea sangrienta. Ha quedado ensangrentado, accidentado, caído sobre el piso duro y empedrado que no se niega a recibirlo entre sus brazos abiertos; el auxilio jamás le ha llegado, las madres no le darían, pues ni se habían dado cuenta del accidente, estaban entretenidas en su propia pelea.
El pollito ha llorado en el nido de su propio dolor, ha quedado con el buche abierto a sangre derramada. Mi hermana ha corrido de inmediato a auxiliarlo, se le caía todo lo que tenía en el buche. De emergencia necesitaba operación, ella lo ha operado, le ha cosido el buche, ha quedado en la sala de cuidados intensivos, suero y agua necesitaba. Su salud peligraba mucho. Solamente ha recibido agua, desgraciadamente su buche ha quedado como un globo roto, no retiene el agua, la comida también se riega. La operación no fue la mejor, el médico y la medicina no han respondido a las exigencias de las circunstancias, llevarlo a los Estados Unidos de Norteamérica es imposible. ¿Qué queda ahora? Esperar la muerte. Ha muerto el pollito, el ataúd, el cementerio y la cruz le han quedado como compañeros para siempre.
Después de dos años, se ha quedado una sola gallina, la otra se ha perdido, posiblemente la robaron, siempre se pierden las gallinas. Ha vuelto a tener una sola cría, ésta todavía no estaba muy grande, el gallo la ha perseguido y la ha hecho suya, increíblemente se ha acostado sobre tres huevitos, los ha ovado, luego de las tres semanas se ha levantado con dos pollitos, mientras un huevo se ha quedado en el nido.
La vecina y mis hijitos han ido al nido, han encontrado el huevo, lo han tocado y el pollito ahí estaba, lo han hecho nacer, lo han llevado a la casa, lo tenían entre un nido de telas, mis hijitos lo querían con mucha ternura y delicadeza, todos los días lo cuidaban, mientras la madre se paseaba con los dos solamente y en compañía de su cría mayor.
Todos nos reíamos al ver como la gallina cuidaba a sus dos pollitos y a su cría mayor, se quieren, la mayor se interpone entre la madre y los más pequeñitos, a veces les quita la comida, a medida de que el tiempo pasaba se han acostumbrado los cuatro. Al que nació después, la gallina no lo quería recibir, no lo reconocía como hijo suyo, lo pegaba, lo picoteaba, lo botaba. ¡Qué hacer con este pollito! A mis hijitos no les quedó otra cosa que tenerlo siempre en la casa, ahí adentro lloraba por el hambre, el frío, tal vez por la madre que no quería reconocerlo. Mi hijito Acbiel le puso el nombre de Piolín, lo quería mucho, cada vez que salía de la escuela si lo encontraba afuera lo metía al cuarto, parecía un perrito, se metía entre nosotros, se paseaba por entre las piernas, yo tenía mucho miedo de pisarlo, mis niños estaban tan acostumbrados a él, instintivamente ya lo cuidaban, habían hecho una cama de cartón y lo hacían dormir casi junto a su cama, ya no quería salir del cuarto, cada vez que lo sacaban gritaba y lloraba. Mis hijitos lo llamaban por su nombre y el pollito corría hacia ellos, lo llamaban haciendo sonar los dedos: el pulgar con el mayor, con el sonido: cloc, cloc. Los esperaba a mis niños cuando llegaban de la escuela, les pedía comida y que lo hicieran entrar.
Fue tan triste la noticia cuando, después de dos meses, regresaron de la escuela y no lo encontraron al Piolín, lo buscaron por todas partes y no dieron más con él. Han llorado mucho mis hijos, nosotros también ya lo extrañamos, nos acostumbramos a él, a sus plumitas negras y paradas. ¡Ha desaparecido Piolín, huérfano con la madre viva y sin querer reconocerlo! ¡Con los otros hermanos que nunca se vieron juntos! Es inevitable, siempre sufren los hijos, quienes nacen en un nido roto y abandonado antes del tiempo establecido.
(Setiembre 2000)



LA PIZARRA DE SU CASA


La mujer sabia edifica la casa; mas
la necia con sus manos la derriba.



Aquí no se aceptan devoluciones. Ciertamente la gente hoy es tan desleal, deshonesta, infeliz, sumamente desconfiada. La caridad –y sus diversas manifestaciones– se ha perdido. Élida, la señora y dueña de la tienda más grande y reconocida del lugar, ha vivido ya muchas experiencias totalmente desagradables, la han engañado, se han burlado de ella. Las monedas falsas, los billetes rotos, viejos, falsificados, de todo había recibido. Ella predicaba la honestidad por doquier, así en su familia como en sus clientes.
Tenía la pared de su tienda llena de varios escritos: "la puerta de entrada es sólo para los honestos", "aquí se es honesto", "la honestidad es un valor, todos debemos practicarla", "los honestos son amigos del porvenir", "los honestos son amigos de Dios"; estos mensajes escritos en cuadros quedan colocados a la pared de la tienda, al frente de la puerta principal, quien entraba lo primero que hacía era leer todos los mensajes, parecía un puesto de periódico donde se exhibía las primeras planas.
Había un mensaje más extenso que todos los anteriores. Ha sido hecho para evitar los futuros problemas y reclamos frecuentes, los dolores de cabeza a los clientes y los suyos propios: "Aquí, nadie se retira sin contar su dinero, después de salir por la puerta nadie tiene derecho para reclamar". La picardía de la gente y el vecindario han provocado todo esto.
Élida, la dueña de la tienda, es sumamente conocida en la ciudad, no sólo por lo que vende sino por los letreros y los mensajes expuestos, la rectitud, la honestidad, el gran volumen y la indesmayable fuerza para luchar, cultivar muchas bondades en la humanidad. Educaba de muchas maneras a los niños, a los adolescentes, a los jóvenes, incluso a los adultos. Cada día se hacía más grande, crecía su fama, no había otra persona mejor y más honesta que ella, parecía predestinada para el cultivo de muchas cualidades, de valores notables, la maestra innegable desde la pizarra de su casa. Su esposo la apoyaba en todo ello, hacían una buena pareja, la solidez y la unión de la familia se hacía admirar, los hijos también derramaban las mismas costumbres y enseñanzas, la misma escuela.
Un día las cosas no le iban tan bien, la gente no llegaba, las ventas fueron bastante escasas, la situación del pueblo era el reflejo fiel de la realidad del país, desgraciadamente mucha gente ya no soportaba la situación económica del país. La amas de casa, los estudiantes universitarios, los trabajadores independientes lo experimentaban en carne propia, había subido la gasolina, el petróleo, los víveres, todo había subido. Una noche, la más negra de todas, la gente se quedó en la calle, no pudo retornar a su casa, después de que el ministro de economía había anunciado medidas económicas traumáticas. La situación económica y social se ha tornado muy difícil, varios muchachos de los vecinos habían empezado a delinquir, algunos empleados habían perdido su trabajo, suicidios y homicidios por doquier, tampoco faltaron las guerras, los genocidios, los vejámenes, los cohechos.
Un señor –desconocido en su plenitud, elegante en gran magnitud, bastante jovial, de apariencia atractiva, sonriente a diente partido –ha entrado a la tienda. ¿Qué querrá? Nunca lo había visto ahí en la ciudad, todos lo miraban extrañados, marcaba la diferencia al saludar, al caminar, al hablar, al mirar.
–Señora, tenga usted muy buenos días – se escuchó una voz novedosa, melodiosa, inquietante, atractiva y coquetona.
La señora lo ha mirado en forma extraña y rara. ¿Quién es?, pensaba. Es diferente, nunca lo he visto, tal vez alguien lo ha visto, ninguna vez ha entrado a la tienda, pensaba en todo, incluso podía ser un asaltante, también tuvo miedo.
–Señora linda y preciosa, necesito un champú, tenga la amabilidad de venderme y le agradezco de antemano su gentileza sin par –sorprendió a todos señalando hacia la vitrina con el índice derecho, se dirigió al más caro, costaba treinta soles–. Sí, por favor, véndame ése, gracias, mil gracias, señora de Dios.
Le ha entregado un billete de cincuenta soles. Ha recibido los billetes en calidad de vuelto y ha salido por la puerta, bastante apurado, siempre derramando su elegancia y su singularidad admirable. Todos se detenían para observarlo. Ha caminado hasta su hospedaje, varios minutos, tal vez veinte. Luego se ha regresado en forma rápida, ha entrado de nuevo, por la misma puerta por donde entró y ha salido la primera vez. La señora, otra vez, lo ha mirado nerviosa, muy nerviosa, más que la primera vez. Con los billetes en la mano, parecía que los enseñaba, parecía que los billetes hablaban.
–Después de salir por la puerta, nadie reclama – se defiende una voz de mujer, pálida, temblorosa, sumamente nerviosa.
–Señora...
Élida ha elevado la voz, ha gritado muy nerviosa, insoportable, quería inclusive insultarlo, la tensión fue trasmitida incluso a sus clientes, testigos presentes quienes quedaron ansiosos y a la expectativa del desenlace.
– Señora linda y preciosa, escuche primero...
–Señor, usted lea primero. "Aquí, nadie se retira sin contar su dinero, después de salir por la puerta nadie tiene derecho para reclamar" –señalaba el aviso con su puño levantado, dispuesto a darle su merecido a quien se oponía y rechazaba su mensaje. Parecía el pagador del banco después de una amarga disputa.
El señor no se había incomodado, quedaba tremendamente sereno, pues la señora se había cerrado, no estaba dispuesta a escucharlo, gritaba y no lo dejaba hablar. El marido se había despertado, ya estaba parado y nervioso a la puerta posterior de la tienda, la puerta que comunicaba al parecer con su dormitorio.
–Señora, escúcheme, por favor...
–No me importa, a mí no me importa, ¡por qué se ha retirado!
–Señora, por favor...
–Aquí no se hacen favores, aquí se hace justicia, aquí los ladrones no tienen lugar, solamente la justicia.
–Señora, por favor...
Intervino su esposo, nervioso y sudoroso de nariz, pies y manos, mientras todos se habían olvidado de sus compras, el volumen de la gente aumentaba más, frente a un fabricado espectáculo, una cosa de circo, de película.
–Yo y mi mujer solamente tenemos la justicia, debe saberlo... Somos los más justos, todos lo saben, siempre vivimos para la justicia.
–Señor –dijo la señora, totalmente incómoda, desconfiada, resentida, acompañada por los gestos y ademanes de su marido grande, corpulento, forzudo, si sale un golpe de su mano no encuentra para otro a su rival o contendor –. Tenga la bondad de retirarse.
–Está bien, señora, me retiro... pero antes quiero devolverle, usted me ha dado vuelto más de lo debido.
Le ha devuelto, mejor le ha dejado sobre la mesa setenta soles. Pues la señora debía darle veinte soles de vuelto y no setenta.
(30 de octubre de 2000)



LAS MANOS QUEMADAS


La sabiduría clama en las calles,
alza su voz en las plazas.



Anoche me he encontrado con la pesadilla del mañana, hoy me he levantado y me quedado frente al mismo territorio, la misma casa, los mismos profesores, la misma constitución, las mismas normas y acaso no las mismas leyes. Los mismos animales. Ni los hijos que tienen los mismos padres son iguales, las diferencias se cuentan a grandes porcentajes; nacen, se paran, caminan, miran, juegan, hablan, lloran, gritan, trabajan, estudian, viajan, mueren desiguales. Nadie sabe por qué, menos para qué, aunque el modelo llegue en la figura del padre, aunque la plenitud de la escuela quede en la imagen de la madre. ¿Por qué y para qué las manos quemadas?
Los hijos siempre encienden la alegría de la casa, también la sonrisa a grandes bocados, la comprensión y el perdón recíproco a caudales incontenibles; inclusive el dolor, el llanto lleno de rabia y necedad, la separación sin medida, aun los problemas de todo tamaño y forma; la casa sale a la calle y ésta regresa a aquélla. La orden y el grito de algunos padres amanecen y anochecen en el mundo de los hijos, especialmente cuando son niños; no sé si el estadio ha llegado a la casa, o la casa se ha ido hasta el estadio. Los platos han quedado rotos, igual destino experimentaron los vasos, las cucharas arrojadas con ira sobre el piso; las medias por un lado y los zapatos por otro confundidos en el cuarto, peor si éste es muy amplio; los pantalones y las camisas rotos, rayados, sucios, de las chompas ni hablar. Los cuadernos más sucios y rotos.
No quieren hacer la tarea de la escuela, del colegio, a veces de la universidad. Buscan la calle más que la biblioteca, las tareas, los trabajos y los oportunos consejos de los padres. Los otros niños y los amigos han desplazado a los padres y a los hermanos. Su familia ya es otra, la encuentran en la calle, la escuela, el colegio y la universidad, no para hacer lo que los suyos exigen sino para hacer lo que su voluntad y el desorden demandan.
Los amigos, los vecinos, los seguidores reconocen en Alberto un reconocido y distinguido padre tierno, ejemplar, dulce, querendón, lleno de paciencia y justicia, metido en la convicción de desarrollo; han vivido llenos de paz con su esposa y sus hijos, quiere mucho a sus hijos, por doquier dice que los ama, pues ama sin medidas a su bella esposa. Conforman un conjunto de cinco: los dos padres y los tres hijos varones, nunca les ha llegado la niña. No tienen una niña, no ha llegado aunque ha sido buscada con esmero y mucha frecuencia, pero toda búsqueda no ha tenido éxito alguno, solamente han quedado los deseos y la admiración a otras familias donde hay también niñas.
El padre ha nacido y vivido, ha sido formado y educado en un ambiente lleno de valores. Todas sus actividades quedan dibujadas dentro del marco determinado por los conceptos: tecnología, honradez y trabajo. Se los ha educado muy bien a sus tres hijos, han sido completamente disciplinados, hechos a un modelo y la imagen de la tecnología, la honradez y el trabajo. Los hacía participar en todos los quehaceres de la casa, tenían participación activa en las reuniones aun en su tierna edad. Así los ha educado. El primero ya ha superado los nueve años, el segundo los siete y el tercero los cinco. El tercero, el especial y singular, siempre ha sido el más agudo, misericordioso, completamente enigmático, movedizo, más consentido en gran manera a pesar de que los amigos y los familiares cercanos permanentemente le advertían, le recomendaban y lo censuraban por tal debilidad, había sobre protegido, confiaba mucho en él, no lo controlaba, supuestamente no salía de su cuarto; sin embargo, en la calle estaba en la mañana, en la tarde y a veces en la noche. En la apariencia seguía el modelo de los dos mayores. No lo sospechaba, menos lo imaginaba.
Vladimiro a los seis años ha ido a la escuela, lleno de sueños: convertirse en mejor general, un gran jurista, el presidente de la república. Era el niño más gracioso, burlón, también pendenciero, juguetón, indiferente a los trabajos, las tareas y los estudios, inteligente agudo, el más millonario del mundo. Al parecer lo sabía la madre solamente, el padre no. Inclusive con otros niños de su edad, los más cercanos, había robado cosas y dinero de los vecinos, muchas veces llegó a apoderarse de lo que no era suyo, se convirtió en un niño avasallador, dominante, poderoso, manipulador, insostenible; su edad y tamaño han hecho una sociedad que le otorgaba la facilidad de entrar y salir por la ventana de las casas, había hecho sus propios caminos, el mismo era una buena estrategia, sus amigos lo sabían muy bien, la madre por su lado constantemente almacenaba muchas sospechas. Solamente sospechas. Muy pocos lo habían visto, no declaraban porque le tenían miedo, tal vez serían castigados cruelmente, posiblemente torturados...
El padre había asistido a la escuela para padres, las charlas y los consejos llegaron oportunamente, le habían generado excelente motivación, agradado en gran manera, estaba bastante entusiasmado, cada vez que asistía a estos eventos escuchaba novedades, cosas muy importantes, le parecía tremendas, llegaría a la casa suya con otras sorpresas: un tremendo beso sonoro para su esposa, los besos y los abrazos para sus pequeños hijos. En definitiva siempre actuaba así. Llegaba la tercera semana del mes de noviembre, quería prepararse y empezar un año nuevo, diferente a los otros. Había cobrado su sueldo, aplicaría lo que ha aprendido en la escuela para padres, se había entrenado en concordancia con su condición, a más de ser excelente profesional, docente universitario, inteligente, apreciado y muy respetado por su comunidad; haría el presupuesto para el mes siguiente en compañía y con la intervención activa de su esposa y sus tres hijos, sustentando y explicando parte por parte, parecía que estaban en un consejo de ministros o tal vez en el mismo parlamento. Ha levantado con la mano derecha y les ha enseñado el paquete de cheques, el sueldo del mes, lo ha dejado a la vista de todos en la vitrina diciendo que es importante la confianza desarrollada en los hijos y la esposa, de este modo se debe vivir, solamente así se superan los problemas y las diferencias que se encuentran en el seno de las casas. Ha quedado hecho el presupuesto, como si fuera todo un programa presupuestal, sobre el escritorio remozado y elegante. Todos han ido a descansar. El padre feliz, la madre embriagada por la felicidad de su esposo, los dos hijos mayores, cada uno pensando en la nueva cara del padre.
Vladimiro empezó a escribir la nueva historia para la familia y la sociedad. También se ha retirado, ha renunciado a dormir, sus ojos habían quedado pegados al dinero, no los podía separar, varias horas ha pensado en el dinero, toda la noche había soñado, cada vez que se despertaba abría los ojos y miraba solamente el dinero, lo tenía encima, parecía el demonio personificado, sus manos recibían escozor, toda la noche el dinero se había apoderado de su mente, giraba bruscamente sobre su cama, no podía ni con ella ni con los billetes. Finalmente decidió levantarse y tomar el dinero. Sin tiempo para mirarlo, rápidamente lo llevó, muy nervioso, al patio, ahí lo enterró debajo una roca invisible, quedaría en mejor custodia que en cualquier mejor banco del mundo. Llegó pues su primer debut, empezó en su propia casa. Al siguiente día se fue a la escuela, había llevado un billete, invitaba a sus pocos amigos, también les había prestado a ciertos seleccionados, empezaron a llegarle, le nacieron nuevos amigos, incluso llegaron quienes antes ni lo miraban, los compañeros y profesores suyos se había dado cuenta de este nuevo comportamiento. El falso y artificioso poder nace en el nido del dinero mal llevado, con la perversión y corrupción de la sociedad, nace con el hombre artificial de los dineros perdidos.
Al medio día debía realizarse la primera compra, la ejecución del presupuesto, el padre dirigióse hacia el lugar donde había sido depositado el dinero. Tenía frente a sus ojos... le parecía un sueño lejano, ha quedado hipnotizado, fuera de sí, tocaba el espacio vacío varias veces, miraba el lugar, a veces cerraba los ojos y los abría de nuevo, retrocedía y regresaba hacia el tremendo, gigante e inexplicable vacío, otra vez tocaba la nada, palpaba tanto el lugar vacío que le insultaba a todo grito a su tacto, a sus cinco dedos que no hallaban nada, solamente le quedaban el vacío huérfano, doloroso y muerto, la desesperación tremenda y la angustia de muerte insostenible, se quedaron apoderadas del interior de Alberto. Ha renunciado...Temblaba la mano del padre mientras no encontraba nada, su mente se ha nublado, ha sentido mareos, casi se ha caído sobre el suelo, casi se desploma, se ha mareado, parecía que le llegaban golpes en todas las direcciones, sobre la cabeza y el corazón, cada golpe invisible le hacía perder el equilibrio y el conocimiento.
–No está el dinero donde lo he dejado anoche, ¿quién lo ha cogido? Solamente ustedes sabían, nadie más, si uno de ustedes lo ha cogido le quemo las manos, lo juro. Esto lo descubriré en seguida, no queda así...Es mejor que lo dejen en su mismo lugar cuando no lo vea, les doy plazo hasta la tarde, tal vez hasta la noche. ¡Quién ha entrado! Cuidado con los amigos, cuidado con los niños quienes siempre vienen y entran en la casa. Es mejor que lo dejen...
Ha pasado una semana, dos semanas...Ha llegado la tercera. Todavía no paga la pensión de estudios de sus hijos, ellos tienen un tremendo privilegio, estudian en la mejor escuela particular. Ha huido desgraciadamente la puntualidad de los pagos, los compromisos, jamás él padre había fallado. La olla lloraba, los días lloraban, los dolores de cabeza lloraban y se multiplicaban, en un mes ha perdido diez años de vida, ha quedado muy abrumado, experimentaba, tenía muchas ganas de suicidarse, las dudas, las sospechas se hacían más gigantes. La bravura de las peligrosas olas del mar chocaban a matar contra las frágiles rocas de su cabeza. El lunes durante la mañana ha ido a la escuela para suplicar que le esperen el pago de la pensión de sus hijos, alguien le ha robado su dinero, su sueldo completo. Ya sabía la directora, ésta había comunicado la historia triste a la maestra de Vladimiro, ella se ha quedado dubitativa, le parecía muy raro y extraño, pues Vladimiro todos los días llevaba dinero y les invitaba a todos sus compañeros, inclusive le había invitado a la misma maestra, tampoco quedó al margen el padre, los de su entorno se habían dado cuenta de estos extraños cambios, suponían que estaba robando a alguien, a ellos solamente les interesaba vivir el momento, servirse, aprovecharlo. La maestra no se calló, le comunicó a la directora todo lo que había observado. De repente el ladrón estaría en la misma casa. Los ladrones, los delincuentes, los mentirosos, los desobedientes, los irresponsables se hacen en la casa. Ésta es la primera escuela de los vicios y las bondades.
Las sospechas aumentaban de volumen, no se podían sostener más, tampoco lo que le habían dicho. El padre llamó a su hijo Vladimiro, sudoroso, temblando, nervioso, enérgico, demasiado incontenible en sus gestos y ademanes, quería devorar al muchacho, el chico antes de que el padre le interrogara, no sabía qué decir, ha quedado pálido, sudoroso, nervioso, mudo, se le había suspendido el hambre que sentía algunos minutos antes, le cayó todo de su mente.
–Vladimiro, tú eres mi hijo, mi querido hijo... el último de mis hijos, acaso el más querido, no lo creía, tú has cogido el dinero, no lo niegues. Ya lo he comprobado, todos tus actos te venden, ya no puedes escapar ahora, te condenaré.
Ha nacido un ladrón en la casa, mañana será un asaltador de bancos, un secuestrador, un homicida de consecuencias terribles, de repente de los más cercanos, los amigos, el padre, la madre, los hermanos, tampoco escaparía su propia vida.
–Los ladrones son castigados ejemplarmente, sometidos al castigo más duro y cruel de todos cuantos existan, así nunca lo harán más. Ahora a ti te toca recibir el castigo que jamás imaginaba y menos darle a mi propio hijo, al menor de todos... pero tengo que ejercerlo, y nunca más lo harás...
Caían las gruesas lágrimas de padre, quería mucho a sus hijos. Su menor hijo y el más querido ahora les había dejado llenos de hambre, sin la medicina, sin el pan de cada día. Nadie haría eso a sus amigos, peor los hijos a sus padres. ¿Quién lo imagina? Titubea, entre la rabia y el dolor ha quedado enterrado.
–Hijito, hijo... debo quemar la mano tuya, esa maldita mano que cogió el dinero, que nos ha dejado el hambre y la vergüenza, pues nunca más robará dinero. Vamos a la cocina. Será quemada en el fuego de la cocina a gas, en la más grande no en la chiquita. Ahí –le dijo señalando la llama viva con su índice derecho –arderá tu mano y quedará inservible para siempre, cual símbolo, señal y exhortación para los ladrones.
Ha despedido a la madre y a sus dos hijos mayores, ellos debían salir de la casa, a Vladimiro lo ha llevado a la cocina, lo escondido de la vista de los demás, nadie debe verlo, nadie debería tener pena. Ha encendido la cocina a gas, Vladimiro ha visto la tremenda llama, el fuego dispuesto a abrasar la mano pecadora, la madre lloraba afuera, no imaginaba ni soportaba este castigo; los hermanos también lloraban afuera como pidiendo que los vecinos defendieran a su hermanito; los tres se abrazaban haciendo un soga, un nudo de dolor humano, así llegaba la primera división de la casa hasta hoy fortalecida, desde afuera hacían esfuerzo como para ayudar al niño en su dolor.
–Vladimiro, no debes llorar, si lloras será peor: más tiempo dejaré tu mano en el fuego, cerrarás los párpados con mucha fuerza para que no sientas mucho dolor a pesar de estar vendado, yo llevo tu mano derecha hacia el fuego y debe quemarse durante cinco minutos para que nunca más lo hagas más. Mira bien el fuego, sus llamas vivas... Ahora te vendo, no debes negarte a nada, tu culpa lo amerita, lo exige.
Vladimiro empezó a decirse en silencio no lloro, nuca he llorado, por más que me duela, no voy a llorar, tendré que aguantar aunque me duela mucho. El padre ha estirado su mano prendida de la mano del hijo persiguiendo la dirección del abrasador fuego. La mano ya estaba sobre el fuego, el niño no lloraba, no lloraba, su madre y sus hermanos no lo escuchaban llorar, estaba ahí de pie, vendado y haciendo mucha fuerza mental para no sentir el dolor de sus quemaduras. Padre e hijo solamente habían quedado muy nerviosos, la angustia y la desesperación no tenía límites, todos afuera, la casa convertida en cárcel sólo con dos presos en silencio y la señal del castigo no llegaba. No había gritos, quedaba entre ellos el olor a quemaduras, el olor a carne quemada, el niño no lloraba, tampoco sentía dolor, olía que se quemaba una mano, la derecha, la que siempre sirve más en el día y en la noche.
–Vladimiro, mi hijo, ha concluido el castigo, se ha quemado la mano para la vergüenza siempre y en señal de castigo ejemplar–le dijo su padre lloroso y desconsolado, procediendo a quitarle la venda–. Ahora mira la mano.
El muchacho ya ha quedado sin la venda pero no podía ver nada, solamente olía a carne quemada. Vladimiro ha abierto sus ojos, ha mirado su mano derecha, no le dolía nada, tampoco tenía nada, se ha limpiado los ojos con su mano derecha; tal vez sería la izquierda, la ha mirado fijamente, miraba con su nariz, sus ojos no veían nada, pero quedaba el olor a carne quemada. Finalmente ha mirado la mano derecha de su padre, sangraba, había quedado en carne viva, con muchas ampollas en algunas partes sensibles. El hijo y la mano quemada del padre lloraban juntos, a una sola voz, a un solo dolor, a una sola herida, a una misma prisión, a todo dolor. Le ha dolido hasta su muerte. El padre, el hijo y la huella viven juntos para siempre. Afuera han quedado la esposa y los hijos, los ha perdido para el futuro, solamente ha quedado con el recuerdo de la mano quemada.
(2 de noviembre de 2000)



LAS MANOS LEVANTADAS


Mujer virtuosa, ¿quién la hallará? Porque su se estima
sobrepasa largamente a la de las piedras preciosas


Con la emoción multiplicada siempre llega a mi recuerdo la tierra de mi niñez y adolescencia: Bambamarca, ¡qué decir de la tierra bastante próspera y anclada en pleno norte peruano!, ¡no hay otro modo de aplaudir a mi tierra!, más allá, más abajo de la fría provincia de Hualgayoc, para llegar a ella parece que viajamos de cabeza, los carros parecen aviones en el espacio vertical, descendemos el peligro y las curvas cerradas de la carretera, especialmente los meses de enero y marzo que llegan coronados de lluvias torrenciales.
Me ha quedado el sabor y el olor del maíz hecho cancha por las ásperas manos de mamá, también de la abuela; la papa amarilla, caliente, humeante y con labios abiertos a la sonrisa por todos los lados, en abierta provocación a las manos despellejadoras y condenadas a satisfacer el apetito de los comensales; los frijoles verdes servidos en los mates, en platos blancos llenos de arroz blanco y graneado, tampoco faltaban los secos, los de colores, aun los blancos para ser comercializados en la costa; las habas verdes y envainadas servidas en los mates, las secas servidas en platos de sopa despidiendo su color no agradable a la vista, pero con alta calidad nutritiva; el quesillo y el queso, los hermanos de siempre, han hecho buena sociedad en la alimentación y el negocio; la oca, el olluco, la mashua, la racacha, siempre servidos a la mesa, y los padres enseñando a los hijos a consumirlos.
Los camiones –habitantes y compañeros inevitables de los viernes, los sábados y los domingos –configuran un paisaje interesante, hermoso y emotivo, rodando por las calles estrechas y en un solo sentido, o estacionados a la puerta de la casa esperando la orden de un nuevo movimiento, la llegada de los cargadores los domingos por la noche y lunes posiblemente. El lunes en la mañana partirán nuevamente, para algunos la felicidad crece, para otros la tristeza, especialmente para los familiares quienes verán subir a uno de los suyos, con destino a la costa y en una despedida sin retorno muchas veces, a más de exponerse a los peligros de muerte que se desprenden de las volcaduras insospechadas. Trujillo, Chiclayo y Lima siempre han esperado su producción.
Los dos colegios nacionales de entonces, sus nombres simplificados en nuestro hablar diario: San Carlos, el de varones; y el Lourdes, el de las bellas, así las veíamos, las codiciábamos, también las soñábamos muy alegres y a todas uniformadas en forma impecable, querían aun ganarse lo suyo. Las escuelas siempre rivales en el fútbol: 76, la mejor y la más recordada, a la salida y a la entrada a Bambamarca; la 89, la segunda, la vecina de la vieja cárcel, junto a la plaza de armas; la 721, siempre la tercera por más que se esfuerce, ubicada cerca del viejo camal; ¿y las mujeres? En la 77 y la 722, en la primera las más bellas, las pituquitas.
Nacidos para la felicidad setenta veces siete. Eulalio y Ethel, dos amigos de siempre, felices en gran medida, se han conocido desde la adolescencia, en su pueblo, parecían nacidos, tal vez predestinados el uno para la otra. Ambos han nacido en Bambamarca, donde han realizado sus estudios primarios y secundarios; los superiores en la turística ciudad de Cajamarca, actualmente residen en Lima.
En casa y fuera de la misma, sus padres bastante conservadores los han formado y educado para la honestidad, la fidelidad, la justicia, el amor al prójimo, el trabajo, por doquier estas enseñanzas han sido trasmitidas, especialmente a las familias conservadoras. Sus innumerables amigos los reconocen por sus valores humanos, jamás han sido partidarios de las desigualdades sociales, laborales, religiosas y raciales, siempre aplaudían las actuaciones y la conducta de los amigos de la honestidad y de la prosperidad que es nacida de la verdad y la justicia.
Culminados los estudios superiores, han dejado el tiempo de atención destinado para ellos, y se han conocido más en el terreno de los sentimientos que, indudablemente, nacen del corazón dulce y apasionado. Los ojos de Eulalio se han fijado y han observado a plenitud en Ethel una señorita bastante hermosa, atractiva en todas sus formas, su ternura y su amabilidad salpicaban por doquier, para todos, siempre a su modo y al estilo de su propia escuela. Ambos han leído y experimentado en su corazón propio pasajes del romance de Efraín y María, de Romeo y Julieta. Un romance admirado en gran manera por los amigos suyos, la felicidad que ellos vivían la compartían con todos los de su entorno, incluso había quienes codiciaban su felicidad recíproca, la vivían a plenitud y por todos los lados. El camino largo se había acortado, era imposible no concluir, les haría mucho daño. Así llegaron al matrimonio.
Después del matrimonio, el amor y la felicidad no han declinado, se han multiplicado maravillosa y misteriosamente. El único matrimonio feliz y buen ejemplo para todos los vecinos del barrio, era sin igual, parecían predestinados el uno para la otra y viceversa. En la mañana, la tarde y la noche felices, abundantes, prósperos y compartidores, sumamente queridos por la comunidad. Los años no se detienen, diez años casados, sin ninguna criatura, la buscaban pero no podían, ni los médicos podían al parecer, tal vez adoptar un niño sería la solución. Han empezado a gestionar alguna adopción, pero ésta quedó detenida cuando se iniciaba el doceavo año de matrimonio, ella se vio en cinta, al fin tendría un niño hecho por la sociedad del padre y la madre, con el mismo amor y la felicidad de siempre. El niño ha nacido, ellos los primeros felices, también los hermanos, los amigos; parece increíble: los vecinos habían hecho una gran fiesta por el nacimiento, parecía la navidad para el barrio, había llegado la leche, los pañales, el biberón, los gritos, algunas malas e inolvidables noches, las visitas y la felicidad compartida, las bendiciones y los agradecimientos. Los cantos de cuna han sido entrenados por los padres, la mesa y la comida en su platito, la cucharita y todo lo necesario para él.
Qué decir de las primeras palabras: mamá, papá, al año y medio. Ellos –mamá y papá en verdad –en la palabra de un hijo legítimo, en la mirada dulce del niño, en las caricias frágiles del bebé. Eulalio ha empezado a trabajar más, la responsabilidad laboral se ha multiplicado para él, ha descuidado un poco, diría bastante la casa; ella se ha enfriado al inicio, le ha brindado la mayor atención al niño, considerándolo el todo de su vida, quien le llenaba todos los vacíos, parecía que su esposo no le hacía falta, algunas veces él se sentía demás entre ella y el niño, pero no se quejaba, tampoco renegaba, cada día sentía haber perdido la felicidad y amor de su esposa, aunque de su hijito no.
Un día ella se ha quedado dormida y el niño por el camino curvilíneo y peligroso ha salido de la casa, ha cruzado la calle y el chofer negligente y borracho ... La voces se fortalecían, se armaban, corrían y se dividían.
–¡Vecina, el niño!...
–¡El niño, vecina!...
–¡Pobrecito el bebito, vecina!
La gente no sabía si correr detrás de la madre, detrás del bebito, tal vez detrás del chofer. La gente no ha soportado, se abalanzó sobre el chofer, le han dado de golpes, bajándolo del carro, entre lloros y palos, las vecinas no podía hablar, solamente lloraban y gritaban amargamente. Había ido definitivamente el niño, la alegría de la casa y la gente, la manita feliz que se levantaba y saludaba a pequeños y grandes, la sonrisa que había alimentado la salud de los demás, las palabras: papá, mamá. El amor de ayer, el trabajo, la esperanza y la felicidad se quedaban depositados en el ataúd blanco, pequeño, bastante pequeño, con la inocencia de la vida, en un abrir y cerrar de ojos.
Ethel ha llamado a su esposo, justamente al medio día, ¿acaso para decirle que la comida estaba lista, que lo esperaría con la comida servida a la mesa y con el niño a la puerta, para darle el besito de la tarde y de la bienvenida?
–Ven urgen ... te... te necesito urgen...te... mente ... en la casa– la voz se le ha quebrado a ella y estas palabras entrecortadas sonaban a los oídos de él.
En contados veinte minutos, él estuvo frente a su único, permanecía tirado sobre la pista, con una manta encima, el padre inmóvil parecía un televisor prendido para toda una multitud. Todo el mundo lo ha mirado, simulaba no conocer a nadie, se le aflojaron sus huesos de hombre, le habían robado su voz, solamente le quedaron sus pies para soportar todo el peso que jamás había sentido, no veía a nadie, solamente a su bebito, nadie le decía nada, pero leía todo lo que él mismo escribía en ese instante, ya sabía todo sin que existiera una palabra escrita ni hablada, solamente escuchaba que a Ethel le estaban dando los primeros auxilios.
–No me interesa ella, solamente mi hijito –no hablaba, solamente pensaba, se decía a sí mismo, a pesar de la falta del eco de su voz–, toda la mañana había tenido presentimientos de padre, terribles, quería llamar a la casa y me olvidé, tal vez lo hubiera salvado, ojalá no hubiera sucedido esto. ¡Dios mío! ¿Qué te hice para que me castigues de esta manera? ¡Para qué me llevas la felicidad y la vida! ¡Acaso he sido malo, nunca lo he sido! ¡Por qué me matas así!
Por su mente transitaban varias ideas, enjuiciar al chofer, incluso matarlo, castigar a su mujer hasta el cansancio por el descuido, renunciar al trabajo y dedicarse a la bohemia, al abandono, acaso buscar los caminos que lo llevan a la infelicidad. Separarse de su mujer, suponía que la felicidad se le había acabado.
–Entierro a mi hijito y me voy de la casa –se decía a sí mismo, sin un solo murmullo, sin dejar sonar sus palabras–, iré al diablo, al infierno. Me separo de mi mujer, a quien amaba mucho, con quien hasta hoy fui feliz. Se ha terminado todo para mí.
Después del sepelio, los amigos muy íntimos, los vecinos del barrio, la familia de las dos partes, todos lo consolaban. Pero su dolor podía más, quería suicidarse. Después de dos semanas, ha perdido el trabajo por abandono; tenía dolores de cabeza insoportables, más allá de todos los normales, se ha ido a la calle, después de reprochar la negligencia de su mujer.
–Tú eres la única culpable. Ha muerto mi hijo, lo atropellaron por tu culpa. Se ha ido él, mi amor, mi vida, mi esperanza y mi felicidad. Ahora has muerto tú y también debo morir yo. Hasta nunca.
Se ha ido de la casa solamente consigo mismo si todavía existe. Un año... toda ha cambiado: él, ella, están muy viejos, desconocidos para la familia, los amigos y los vecinos. Ella por un camino y él por otro, distinto, lejano, olvidado, herido en su alma, resentido, sin perdón de los otros tiempos. Solamente el cementerio sería testigo de su dolor y sufrimiento, cada año recurría para allá. Ella también hacía lo mismo, tenían horarios diferentes, la mañana para ella y el medio día para él. Después de diez años, él iría al cementerio, en la tarde, en un horario especial, evadiendo encontrase con ella, posiblemente a "encontrase" con su hijito muerto, a contarle sus penas, conforme a sus creencias. Por las cosas de la vida, ella no ha ido en su horario acostumbrado, se ha ido en la tarde. Se ha acercado hacia la tumba, ha visto a su esposo llorando, ha escuchado sus palabras de dolor, su rostro del joven de ayer desgastado extremadamente por la muerte y el dolor, se ha arrodillado frente a la tumba y junto a él, a veinte centímetros, con las manos levantadas hacia el cielo, con los ojos cerrados y bañados por las lágrimas arreciadas por el momento y las palabras audibles del esposo.
–Hijito, hace diez años que nos han dejado con el alma rota, con la derrota y la desgracia de todos los días, con la saliva amarga, sin la compresión y la aceptación de las cosas como han venido, con la muerte a cuestas, con el dolor de todos los días, muy lejos de tu madre, la alegría y la felicidad de ayer. Hijito, me haces mucha falta, solamente lloro todos los días en silencio, a cada rato me encuentro con la muerte, sin tu manita caliente de todos tus días felices. Levanto mis brazos y mis manos hacia el cielo, porque ya no sé que quiero...
Eulalio le ha hablado a su hijito frente a su tumba, no quería nada sino la muerte, la buscaba todos los días, sus brazos y manos levantadas hacia el cielo se han cansado, han ido perdiendo distancia, también verticalidad, la derecha se había quebrado más hacia esa misma dirección, se ha enajenado de tal manera que no había sentido la otra, también llorosa y cubierta de dolor y muerte, se ha levantado con la otra mano pegada a la suya, se han parado y se ha dado cuenta, ha mirado la otra mano que lo ajustaba, muy dispuesta a limpiarle sus lágrimas y a devolverle la vida que se le escapaba todos los días, los dos se ha mirado frente a la tumba de su único hijo que los unía otra vez, se han abrazado de nuevo y han llorado a una sola voz para siempre.
(O5 de enero de 2001).



EL ÁRBOL DE VIDA


La lengua apacible es Árbol de vida;
mas la perversidad de ella es
quebrantamiento de espíritu.



Muy alegre y feliz, ella vivía en Celendín, la ciudad de las hermosas mujeres. La felicidad se había terminado por la muerte de su esposo. Julia Elena ha quedado viuda, solitaria, huérfana de amistades, en la casa amplia y espaciosa, solamente con dos habitantes: ella y su hijo de siete años, Benjamín.
Gracias a Dios, su chacra se había convertido en el padre, el sueldo, el pan de cada día; no tenían ninguna entrada, solamente se alimentaban con el dinero que venía de la venta de los duraznos cosechados de sus dos únicas plantas hermosas, las cuales se situaban en el centro de la chacra. Estas dos plantas se habían personificado, muy queridas y cuidadas, especialmente por la madre, el niño todavía no se daba cuenta muy bien de las bondades y de los frutos.
La madre los cuidaba día y noche, se los robaban, los niños jugando podían hacer caer los frutos, subiendo a los arbustos, tal vez las ovejas, las reses de los vecinos que se acercaban, también los que cruzaban por el lugar. Inclusive los pájaros. Julia Elena, la viuda, ha hecho un gran esfuerzo, ha prestado dinero de algunos familiares y amigos para cercar la chacra y tenerla más segura de peligros; sus amigos cercanos y lejanos han colaborado, desinteresadamente, para ella, incluso le han regalado algunos días de trabajo.
Solamente le quedaba cuidar los duraznos por el peligro de los gusanos, los pájaros, de vez en cuando peligraban los niños, los amigos de Benjamín, quienes entraban a la chacra a jugar pelota, a correr, a jugar a las escondidas. Los niños ya sabían cuánto cuidaba Raquel a sus duraznos, cuánto quería a los niños, los amigos de su hijo Benjamín. Algunas veces, alguien hacía el intento de ingresar subiendo el muro, listo para robar los duraznos, frecuentemente no lograban su propósito, el perro ladraba, los hacía correr; de inmediato corría detrás obediente a los anuncios y los ladridos del perro.
Todas las cosechas, gracias a Dios, eran buenas y abundantes. Julia Elena tenía que salir, visitar a su hermana quien la esperaba muy delicada de salud. En la casa quedaban Benjamín y sus amigos.
–Tengo una urgencia, voy a salir, les encargo la casa, especialmente los duraznos, que no los roben, cuiden que el perro esté el lugar de siempre, para evitar que alguien se acerque y nos robe. Ustedes, por favor, no jueguen pelota cerca de las plantas, porque los pelotazos que lleguen a los duraznos hacen caer los frutos, varios están casi maduros, se caen cuando se mece la planta, no muevan sus ramas. No se olviden. Ustedes saben cuánto cuido esas plantas, me dan la vida, el pan de cada día.
Los niños solamente la escucharon, no han dicho absolutamente nada, siempre actuaban así, ellos cumplían las órdenes de Julia Elena al pie de la letra. Se han ido a jugar pelota a la chacra, había dos lugares: uno muy lejos de las plantas de duraznos y otro bastante cercano, a diez metros. Los muchachos empezaron a discutir dónde jugarían. Todos ya sabían que jugarían en el más lejano, así como los otros días; sin embargo, Julio, el vecino recién llegado al lugar, insistió para que jugaran en el espacio más cercano a las plantas.
–Ese terreno es mejor, no tiene mucha hierba, el pasto está cortado, parece gras, parece el estadio nacional, ahí juguemos, la pelota rueda mejor, los pases salen perfectos, las caídas no duelen, ahí nadie sangra. Todos evitamos patear la pelota en la dirección de los duraznos, cada uno cuida. No sean temerosos, vamos.
Julio, el limeño, les hablaba emocionado y persuasivo a todos, con el movimiento de sus manos, la expresión de su rostro. Los demás fueron convencidos, a los más indecisos se los llevó tomados del brazo. Han iniciado el partido de fútbol. Han jugado dos horas sin cansarse, han jugado tres partidos, los dos primeros han salido empates, han empatado a un gol por lado. Ya no querían jugar el tercero, estaban cansados, pero había la necesidad de un ganador. Han ido al tercero, todos han jugado con más fuerza, a ganar de todas maneras, a veces pateaban la pelota, otras encontraban piernas, varios ya habían sido pateados, se habían quedado medio cojos, rengueando, con el dolor a cuestas.
Uno de los equipos atacó, su delantero estaba listo para el gol. El defensa disparó la pelota, la pateó con toda fuerza, salió disparada en la dirección de las plantas de los duraznos, quedó en el centro de las ramas, entre el árbol, se fueron a bajarla, no podían, la apedreaban, movieron el arbusto, finalmente cayó la pelota y el partido continuó. Han terminado empatados otra vez.
Benjamín se ha dirigido a la planta, ha visto muchos duraznos caídos, sobre el piso. Se ha desesperado, quería llorar, pensaba en los castigos que le llegarían de la madre por haberla desobedecido.
–Ya ven, yo no quería. Les dije en la otra...Pero Julio insistió, ahora quién me salva, qué hago con los duraznos caídos, los boto, los entierro; mi mamá se va a dar cuenta; ella me castiga. Yo les dije que no... No demora en llegar...
–Benjamín, no te preocupes, yo tengo la solución. Voy a mi casa, voy a traer hilo y una aguja, los cosemos y tu mamá no se dará cuenta.
Se ha ido rápidamente. También ha regresado del mismo modo. Han cosido los duraznos caídos, con mucho cuido e ingenio, a simple vista nadie se daba cuenta. Al parecer, todo había quedado como si no hubiera pasado nada. Se han ido a sus casas todos los amigos, mientras Benjamín se quedaba en su casa, solo, con la conciencia cocida entre las ramas de los duraznos, los demás habían olvidado todo, no les interesaba.
La madre ha llegado, entra en la casa, llama a su hijo y él responde. Todo está bien sin novedad. Como manda la costumbre ha revisado todo: el cuarto, la cocina. Ha ido a la chacra, a diez metros ha mirado los duraznos, todo quedaba bien a la vista y la distancia.
–Gracias, hijito, tú siempre cuidando bien las cosas, especialmente los duraznos, así me gustas, ven, te pago un abrazo y un besito. Gracias, hijito mío, mi lindo.
El niño Benjamín se ha callado, se ha visto cociendo los duraznos mientras su madre lo felicitaba, lo abrazaba y lo besaba. Su conciencia quedaba amarrada al hilo, la aguja y los duraznos. Las noches se hacían inclusive más pesadas que el plomo.
Después de tres días, la madre se ha acercado a los duraznos, ha mirado algunas cosas raras, el color de algunos entre amarillos, secos y medio negros. Se ha acercado, los ha mirado fijamente, los ha tocado... los encontró cocidos fuera de su sitio de nacimiento.
Madre e hijo se encontraban lejos, él con el hilo y la aguja, ella con la planta y los duraznos cocidos, cada quien llorando para sí.
(10 de marzo 2001)



PEPE Y LOLA


La justicia engrandece a la nación; mas
el pecado es afrenta de las naciones.



Miguel ha nacido en Bambamarca, en enero del año 1982. Hijo de padres adinerados, ha estudiado en su tierra natal toda la primaria, sus notas no siempre han sido muy sobresalientes, tampoco demasiado pobres. Sus padres quedaban muy preocupados, porque sus malas costumbres se hacían cada día más notorias e insoportables, lo aconsejaban muy a menudo, pero desgraciadamente no llegaban los resultados satisfactorios. Cada día consultaron a propios y extraños, con el deseo ferviente de encontrar alguna salida saludable. Con el afán de consultar el destino de su hijo, recurrieron a brujos, magos, gitanas. Siempre les quedaba lo mismo, sin saber hasta cuándo.
Cierto día, uno de sus amigos lo visitó y le recomendó que lo internara en un colegio religioso, porque solamente allí llevan una vida ordenada, bastante controlada, cuyo el estilo de vida siempre ha sido diferente. El padre quedó convencido, ha hecho un tremendo esfuerzo para convencer a su esposa, quien mucho se resistía a ciertas propuestas de cambio. Finalmente ella ha aceptado, los dos han convenido en lo mismo.
En efecto, han viajado a Lima. Han ubicado ya el colegio donde debía estudiar. El director era un cura, muy bondadoso, caritativo, compasivo, tierno, dado a los jóvenes, con la apariencia extraordinaria de ser mejor que los propios padres de los muchachos. Todos lo querían mucho, incluso lloraban por él cuando regresaban a sus casas, lo extrañaban. Se hacía querer mucho, muy a menudo se identificaba con ellos, se hacía joven con ellos.
Pepe y Lola habían hablado al cura, le había detallado todo el problema de su hijo Miguel, su gran esfuerzo para superar el problema, su tiempo y su energía sin haber conseguido nada. Han regresado a Bambamarca, para convencer a su hijo. Luego de algunas semanas de conversación y persuasión lo han convencido. En marzo, han viajado una vez más a Lima, dispuestos a internar a su hijo, ellos lo acompañarían tal vez las dos primeras semanas, evitándole de esta manera el dolor de la separación, la ausencia de los padres y los hermanos que brota cuando se separan. Así fue.
Han empezado las clases, el director ha subrayado las recomendaciones pertinentes para los profesores, los alumnos y demás. La conducta es muy importante, todos conocen los reglamentos internos, sus funciones dentro y fuera del salón, especialmente los residentes internos. El director lo ha llamado a Miguel y ambos han conversado bastante, le ha contado su problema del cual ya es consciente, pero que hasta hoy no lo ha podido superar. Le ha declarado su buena voluntad, su tremenda y gentil disposición, sus grandes esfuerzos para superar la cleptomanía. Los dos se han encontrado de veras, los rostros han quedado radiantes, las voluntades recíprocas en la búsqueda del remedio, con la promesa de que nadie debe saberlo, solamente los dos, por su puesto sin contar el conocimiento de sus padres. Se han abrazado y han llorado de emoción.
Miguel le ha solicitado permiso, se ha ido toda una noche a un cerro, el más cercano del internado, debía pasar una noche de vigilia, quería orar a Dios para que le ayude y supere su problema. Toda la noche ha pasado orando allí, sus compañeros internos sabían que ha ido al cerro con la finalidad de orar, tendrá algún problema decían unos y otros, generalmente todos tienen problemas, sólo que no todos son valientes y suben al cerro a pedirle fuerzas a Dios, también decían.
Todos sus compañeros de residencia habían ido al comedor, el desayuno de esa mañana era especial, así lo habían anunciado con mucha anticipación. Miguel ha regresado y llegado feliz, con el rostro radiante, sentía que Dios lo había escuchado, él se veía y se sentía multiplicado mientras descendía, tenía ganas incontenibles de contar lo que estaba experimentando. Se dirigía dispuesto a contar a sus compañeros de cuarto y no los encontró, se decepcionó de inmediato, preguntó por ellos, todos estaban en el comedor tomando su desayuno. Ha regresado a su cuarto, luego se ha ido a la ducha, se ha cambiado de ropa; se dispuso para ir al comedor, tenía apuro, el hambre era intenso, toda la noche sin comer. Sobre la mesa ha visto un mango, se ha dirigido hacia él, lo ha cogido y lo mordido, tres bocados grandes ha dado, el mango estaba sumamente delicioso. Luego, en un abrir y cerrar de ojos, se ha dado cuenta de que el mango no era suyo, sino de su compañero. Miguel nunca dejaba nada. De inmediato, ha ido a buscarlo al cura quien estaba de pie a la entrada del internado.
–¡Padre, dónde está Jesús! ¡Otra vez, padre! ¡Dónde está Jesús que no me ayuda! ¡Ya no puedo! ¿Por qué?
Ha introducido su dedo índice en su boca, ha vomitado el mango, se ha manchado la pierna derecha, su pantalón azul nuevo y elegante, parecía uno de los endemoniados gadarenos, los demás ya estaban en derredor suyo.
(10 marzo 2001)


Una pagina de cuentos infantiles